_Máster en Arquitectura
_2019
_PFM
_Motril, Granada

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        La ciudad ha ido creciendo expandiendo sus límites, empujando sus muros, barriendo todo aquello que tras ellos existía. Los límites de los territorios externos a ella van siendo cada vez más comprimidos. Aun sin sus murallas, en la ciudad sigue existiendo un exterior con el que no comparte nada, sólo la línea divisoria que los separa. Una línea que espera a ser nuevamente desplazada, empujando aún más aquello que guarda tras de sí, una barrera impermeable que en su desplazamiento no deja territorio exento de lo urbano.
           El paso de lo “natural” a lo urbano siempre fue un proceso temporal, lleno de degradados y mezclas, de híbridos, pero, a día de hoy, la ciudad se impone sobre el territorio, dejando espacios residuales como zonas aprovechables. No se piensa en la interacción ciudad-paisaje, ciudad-territorio.

      El crecimiento de la nueva ciudad podría ir absorbiendo elementos, características y trazas del territorio sobre el que se expande, respondiendo así al lugar, aprendiendo de su historia, siendo por tanto una capa sobre él, entenderse como un paso más en el tiempo, ni el primero ni el último, solo un periodo más, tal y como funciona el paisaje.
          Por supuesto, hemos de pensar que la ciudad crece, es un hecho. En vez de intentar frenar dicha expansión, podríamos conseguir que esta fuera lógica con el territorio, saludable e inteligente. Aprendiendo de cómo se coloniza un lugar cuando el urbanismo ha quedado al margen, cómo se aprovechan los potenciales y cómo se resuelven los problemas.
     Nuevas formas de ocupar el territorio son posibles. Nuevas formas que, en vez de desplazar los límites de la ciudad anterior, los elimine o, al menos, los difumine, que ésta se funda en el paisaje y sea capaz de ponerlo en valor, ya siendo por su propia estrategia arquitectónica como por la decisión de las actividades que allí puedan ocurrir.